2021 anécdotas de una pandemia pasada

Antes de adentrarme en este escrito, he releído lo que escribí para el 2020. Obviamente, era imposible prever los acontecimientos futuros, pero es interesante contrastar como justo hace un año mis preocupaciones eran muy parecidas. Del campo al presente 2020.

Creo que muchas personas en su justa medida miramos con un amor-odio a este dos mil veinte. Imagino que pensábamos que nunca viviríamos cosas como nuestros abuelos y abuelas que vivieron grandes acontecimientos como la guerra civil. Parece que ahora decimos:

  • bueno, ya puedo hacerme mayor porque tengo una gran historia que contar:

Enero: propósitos y empiezan a sonar las noticias de un virus que cierra una ciudad en China. Febrero: mantener los propósitos y ver cómo ese virus se expande un poco. Marzo: unas lluvias torrenciales nos dejan una semana entera de grises y de repente, en cuestión de dos semanas todo se va a la mierda.

Todo empezó un lunes cuando se anuncia que la comunidad de Madrid en dos días cerrará las escuelas preventivamente. Ahora esta noticia nos parecería lógica pero en ese momento histórico esa noticia hacia saltar todas las alarmas, pues a mis 28 años jamás un virus había dejado las aulas vacías. Ese mismo día por la tarde dicen que mañana mismo se cerrarán las escuelas en Madrid. La cosa empeora y mientras tanto todos en Barcelona nos preguntamos ¿Cuándo cerraremos nosotros? En ese momento trabajaba en una escuela de educación primaria y pública, donde todo el equipo se preguntaba y rumoreaba día tras días sobre el cierre y cuestionaba la ausencia de medidas de protección frente al virus.

Ese martes mi calendario sacaba humo de todo lo programado para el siguiente mes. Todo lleno de eventos diversos. Y la misma frase se repetía en todos lados:

Ya veremos, no creo que cierren todo, de momento seguimos.

Al día siguiente, el miércoles, todos los eventos próximos cayeron y de repente para las dos siguientes semanas ya no había nada programado. Aunque para más adelante seguía todo en pie. Tenía trabajadores a mi cargo que cada día me decían: ¿qué hacemos? ¿qué sabes? Cómo si tuviera línea directa con los informativos de última hora, cuando lo único que tenía es la sensación de ser un violinista en el Titanic cuando todo se está hundiendo y no dejan de tocar.

Todavía me transporta una extraña sensación recordar todo aquello y lo que me dolían las manos de fingir saber tocar.

Para cuando amaneció el jueves, no quedaban planes próximos pero seguía abierta la escuela en Barcelona. Fuimos a trabajar y todo mi equipo me mandaba whatsapps durante toda la mañana con las últimas noticias, pero ninguna oficial ni definitiva, así que seguíamos tocando nuestros violines. A las 14:45 la directora se cruzó conmigo y me dijo:

14 días. En 14 días volvemos, se cierra el colegio.

Es difícil olvidar su cara de desconcierto.

Los niños y niñas que a las 15 venían de casa, se enteraron y vinieron gritando por los pasillos:

– ¡se cierra el colegio!

También recuerdo como gritaban y resonaba por el pasillo.

Reuní a mi equipo y les dije que por parte de la empresa no sabía mucho más, que suponía que nos darían la baja 14 días que duraría esto y que después volveríamos a trabajar. Les felicité por el trabajo, les reclamé que se esperaran siempre a noticias oficiales más que a lo que «han oído» y les despedí con un: hasta pronto.

Recogí mis cosas sin saber para cuánto tiempo, cerré mi despacho y me despedí de compañeros y compañeras cercanos con un fuerte abrazo porque en el fondo pensaba: ¿qué va a pasar?

Todo se quedó como un colegio fantasma donde todo el mundo se ha ido corriendo.

Llegué a casa y le dije a mi hermana que si podíamos nos íbamos a casa de nuestros padres al pueblo. Que son 14 días y allí estamos al lado de la montaña. Ella se pasó por la biblioteca a recoger unos libros que necesitaba y se despidió de su pareja porque no sabía cuando se volverían a ver y nos fuimos a comprar comida. Como ya se hizo tarde pensamos en irnos el viernes o el sábado para el pueblo.

Al día siguiente me dolía la cabeza y tenía décimas de fiebre. Perdí el olfato a los tres días y me alegré muchísimo de no haberme precipitado a ir al pueblo antes de tener síntomas pues estaba claro que ya lo había contraído y tenía que estar en cuarentena. Ni mis compañeros de trabajo a los que abracé ni a las personas que vi días antes lo tuvieron, por suerte no lo había estado expandiendo pero alguien me lo dejó a mí. Pocos síntomas y en dos días hacía vida normal per sin olfato. A la semana ni rastro.

Los primeros días de confinamiento eran como una pesadilla agridulce colectiva. Enganchados a las noticias, a las comparecencias, pensando en el no-futuro, etc. Y mientras tanto seguíamos haciendo sonar el violín y escuchando que se terminará pronto.

Tuve una intuición des del primer día y pensé que si iba a estar en casa, debía organizarme muy bien para no procrastinar o vaguear demasiado. Fue como un instinto de superviviencia: adáptate o muere. Así que escribí el artículo que dejé por aquí de inmediato y lo pasé a mis contactos más cercanos, quería que todo el mundo estuviera bien:

¿Qué hacer cuando estás en casa? 8 consejos para un confinamiento

Pero ¿Cómo convivir con la evidencia de que no todo el mundo puede estar bien?

La segunda semana llovió dos días o tres seguidos en Barcelona. Encerrados mi hermana y yo delirábamos con los juegos de mesa dando vueltas a las cartas. El agobio era evidente y ensordecían sus gritos en nuestras cabezas encerradas. Salías a la calle a comprar un día cada cinco -aproximadamente- y todavía no eran obligatorias las mascarillas pero todo estaba vacío: las calles y algunos productos más buscados. Lo esencial estaba. ¿Quién quiere lo esencial?

Dicen que el alcohol y amazon subieron sus ventas un 80%. No tengo datos contrastados de ello, pero aunque quizá no sea tan exacto seguro que se aproxima y quiero haceros reflexionar de todos modos. Sirva este párrafo para ello.

Lo esencial estaba pero faltaba el ánimo. Pelee contra él casi cada día, esculpiendo cada viernes una llamada obligada por skype con la familia haciendo recetas del mundo para ilusionarnos con cada plato y compartir experiencias. Los jueves con los amigos también nos conectábamos, los sábados hacíamos limpieza y ordenábamos cosas, por las tardes con skype hacía las prácticas y algunas mañanas trompeta con mi profesora. Iba terminando además el master con todo el tiempo del mundo y a la vez con tan poco. Incluso pasaban rápidos los días.

Me contaron que mucha gente rompió con su pareja antes, durante y/o después. Me contaron que hubo gente que no se vio y luego se querían más. Me contaron que hubo gente que convivió con la peor de las tensiones. Me contaron que hubieron niños y niñas que se deprimieron sin saber que era deprimirse. Que estuvieron solos. Que estuvieron solas. Que nadie jugaba con ellos, que papa y mama teletrabajaban y les ignoraban para seguir manteniendo «la economía«.

La economía se había vuelto a nivel literario una especie de persona en apuros a la que había que salvar entre todos los que estamos en una parte específica de la mal nombrada sociedad.

Lo que no hizo falta es que me contara nadie lo que fue despedirme de mi abuela en mitad de una pandemia en un hospital vacío.

Seguíamos tocando el violín haciendo como si el barco no se hundiera.

Llegó el verano y con él muchísimos cambios, cumplir 29 nunca es fácil y ya veremos a los 30. Parece que el verano no había coronavirus pero si gente con mascarilla. El nuevo preservativo vocal ya estaba instaurado en el constructo social y campaba a sus anchas y estilos. Ahora en vez de un violín parecíamos una obra de teatro. Si lo resumiera en una frase y un a imagen sería:

No dejes que los árboles te impidan ver el bosque.

Trabajé en un casal medio por necesidad medio por sentirme activo y medio por aportar algo a ese tiempo libre y no compartido de muchas familias. Una niña de seis años me dijo:

no quiero que vuelva el confinamiento porque el papa y la mama solo han trabajado y yo no tengo hermanos.

Lloré cuando llegué a casa.

En septiembre vi una película donde dos vecinas se encontraban y pensé: que cerca están hablándose y que raro que no lleven mascarilla.

Empezó de nuevo el colegio y después de una llamada de dos horas con mis superiores la lista de medidas nuevas extra laborales y obligatorias era indefinida y larga. En el mismo tiempo que antes debíamos hacer el doble y con más precaución que nunca. No dormí durante dos días previos a volver al trabajo, quería tenerlo todo muy bien atado. Finalmente, como todo, superamos el primer día dándolo todo y sacando la lengua fuera.

El segundo día me desperté con la llamada de una madre diciendo que a su hijo no se le había puesto suficiente agua y que era necesario que su hijo bebiera más agua, que porque le habíamos prohibido beber más agua.

El segundo día de colegio.

Me dieron ganas de mandarlo todo a la mierda y a ella y a su hijo primero.

Este último ejemplo creo que personifica muy bien al punto al que se llegó de disociación con la realidad. De falta de empatía de falta de conciencia colectiva. ¿Tan difícil es pensar en el todos más que en tu propio culo? Estoy contento en parte por mi superación en estos tiempos, por mis decisiones, por mi constancia y mis mejoras durante el año, por mis victorias y por mis pequeños gestos y por todo lo que hice cuando pude hacerlo sin que me lo pidieran.

Vi muchos aplausos y pocos gestos honorables. Escuché muchos sermones pero pocas precauciones y he visto más gente decir «no pasa nada» que dispuesta a encerrarse para no jugársela.

También creo que es momento de admitir que no fue fácil en muchos momentos y que se me rompieron cosas por dentro que debo ir sellando con tiempo y aceptación. Creo que me inunde de impotencia por no poder ayudar a mis seres queridos, me impregné de la tristeza de mis tíos para canalizarles la despedida de su madre, mi abuela, que se desvanecía en una ciudad fantasma que crucé para ir a verla. Creo que me desgarré en lágrimas a escondidas viendo como mi hermana se frustraba y se entristecía con el paso de los días. Creo que apagué mis sentimientos y luego explotaron en la cara de a quienes más quería. Creo que vivi grandes momentos de aprendizaje que también me llevo y llevaré siempre de este 2020 que sin esperarlo tanto ha removido.

Creo que ya se me ha olvidado porque todo se fue a la mierda. Creo que la mascarilla me la pongo como quién coge las llaves de casa para no quedarse luego fuera. Creo que aún nos queda en este 2021 mucho que hacer en este tema, mucho que superar y mucho que luchar. Pero aunque crea muchas cosas, espero que el 2022 lea este texto, como hice hoy con el del 2020, y piense:

Qué cerca están algunas cosas y que lejos tantas otras.


Si has llegado hasta aquí gracias me encantaría que compartieras experiencias sobre el confinamiento y las reflexiones que han surgido a posteriori en los comentarios, aunque sea alguna, pequeñita, anecdótica, interesante, divertida, ¡lo que sea! Porque lo mejor siempre está por compartir.

Más en @seexymeero


2 respuestas a “2021 anécdotas de una pandemia pasada

  1. Para mi todo terminó cuando pude abrazar a mis hermanos otra vez después de algo más que tres meses y, de mientras que los abrazaba, no paraba de llorar y de repetirme a mi misma «todo esta bien». El virus aún seguía pero el hecho de volver a estar juntos me daba la fuerza para decir «venga, que podemos con ello».

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