Ahora que lo pienso, que medito como si no hubiera un mañana: nada es para tanto. Ahora que me encuentro envuelto en tantos líos pero sin pantallas: nada está a salvo. Ahora que te miro y encuentro solo sonrisas de carne y tentación: en ellas me resguardo.
No se describir específicamente lo que sienten los pedazos de mí que dejas cuando te marchas, cuando ajetreados empapamos la mañana de prisas y obligaciones lloviznas que quedaban relegadas al último rincón del consciente. Ahora fluyen, se derriten por nuestros cuerpos y nos dicen: corre.
Corre como una mañana pasional que se te escapa, como un despertador que no suena, como una llamada que nunca llega, como todo lo que se espera tornándose aburrido.
Ahora que me siento inspirado escribiría canciones para dejar un legado, escribiría versos en algunos lavabos y dejaría que me vieran en mi más pésimo estado. Porque ahora que me siento inspirado, no temo a Lucifer, no temo a Judas, no temo a Manson ni a Hitler, ni si quiera al capitalismo que se asoma a mis abismos cuando caigo. Todo eso se desvanece.
Porque ahora que me siento inspirado no encuentro retales para hacer mantas, encuentro versos para hacer temblar mis mañanas. Mis caídas, mis errores, mis mentiras, mis deslices, mis caricias, mis sermones y todas las veces que dije entre lágrimas que querría haberlo hecho mejor. Ahora que me siento inspirado escondo a la bestia que no quiere que se alimente de mis miedos, de mis antiguos temores para hacerse fuerte y luchar contra mis inversiones.
Ahora que me siento inspirado que vengan todos que yo me largo.
